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lunes, 2 de mayo de 2016

A los intelectuales europeos con problemas de inteligencia.

Los intelectuales, políticos, periodistas y expertos europeos, aquellos que aparentan estar curtidos en los valores europeos, preocupados por los Derechos Humanos en otras partes del  mundo, que condenan cualquier manifestación de racismo, nacionalismo o autoritarismo; son criminalmente indiferentes a lo que está sucediendo en Europa. La película del documentalista francés Paul Moreira ha dejado clara la posición del pueblo. Una convicción inmediata del autor del documental por el hecho de expresar que lo que sucede en Ucrania no es similar a lo que se cuenta en Europa, ha causado que se convierta en el “propagandista del Kremlin”, acusado de incompetencia profesional y de pereza intelectual.
Si estuviéramos hablando de una envidia hacia sus otros colegas, más exitosos en captar la atención del gran público nos sería de gran dificultad inferir la moral de los periodistas. También da la idea de un simplificado esquema de la relación de este perseguido e incorruptible periodista en comparación con sus corruptos colegas de profesión. El hecho de que los colegas de P. Moreira no se molesten en revisar y calificar cuidadosamente la película, sino que se dediquen a atacar incansablemente al autor nos permite trazar una idea general de la degradación moral de la profesión en estos momentos. Como refutación a las posiciones del documentalista P. Moreira se utilizan argumentos de dudosa calidad como que hay necesidad de diferenciar entre liberales y nazis o que las víctimas de la nefanda masacre de Odessa “se quemaron solas” según las recientes investigaciones de las fuerzas de seguridad de Ucrania. Esto da a entender que los críticos de Paul Moreira se sientan en los acogedores cafés y oficinas de Kiev todo el día o que, por otro lado, comparten las visiones políticas de los ucranianos a favor de la integración europea, que dicho sea de paso, NO admiten disidencia política (Véanse las recientes desapariciones forzadas y las ejecuciones relacionadas con la actividad de paramilitares neonazis de Sector de Derechas) y cuyo único objeto real no es otro que imponer de ideología estatal un nacionalismo radical y agresivo. La posición moral de los críticos del director francés está por encima del bien y del mal, como el retorno de los tiempos de la barbarie en el país. Para las personas que hoy se llaman a sí mismos periodistas profesionales los políticos opositores al régimen de Kiev son hoy criminales, terroristas potenciales y separatistas. Si los colegas periodistas de Paul Moreira aparentaron no ser capaces de analizar adecuadamente la situación actual, al menos podríamos esperar para una visión a posteriori más realista. Pero tampoco hay que ilusionarse pues usaron “mapas cognitivos”, por así decirlo anticuados. La constante recurrencia de los periodistas liberales a la supuesta “conspiración rusa” deja claro y meridiano, por un lado el profesionalismo de estos periodistas y, por otro, las visiones geopolíticas de los bolsillos que les pagan. Sea lo que sea que sucede en Ucrania: crisis financiera y económica, conflictos interétnicos entre nacionalistas ucranianos y persona que no comparten ese sentir nacional en Donbass y otras partes del país o el aumento de la violencia política de paramilitares nacionalistas radicales en las calles de Ucrania para estos periodistas es culpa de los rusos que dañan y sabotean la economía, causan la violencia o animan al separatismo, destruyendo así el sueño europeo de “libertad y progreso” que será la Ucrania de la UE.
El periodista Paul Moreira, guiado siempre por la ética y la deontología profesionales, hace un diagnóstico cuidadoso del estado de la sociedad ucraniana: locura colectiva, xenofobia, señalamientos a supuestos “enemigos” internos y externos, los despidos masivos y la crisis económica por la inestabilidad política. Estos acontecimientos son negados o ignorados, en el mejor de los casos, de forma cerril; así surge una paradoja: otorgar muestras de solidaridad con el pueblo ucraniano e ignorar a aquellos damnificados por la política del régimen actual.
Las sagaces críticas del periodista se adhieren al añejo y abstracto conflicto entre los “europeos” (colectivo a favor de la integración ucraniana en la UE y tratada en artículos anteriores de esta misma autora – Nota del Traductor) y los “moscovitas” (los que rechazan este proyecto de integración, la contraparte de los anteriores – Nota del Traductor). La incapacidad de los periodistas occidentales de entender esta situación tan trágica de “complaciente” división en la sociedad ucraniana entre unos “nativos” dignos de todo lo mejor y otros “extranjeros” causantes de todos los males por su oposición política y sus sentimientos nacionales, considerados indignos de ser calificados personas civilizadas.
La muestra del criticismo, entonces, es que Paul Moreira es un “propagandista pro-kremlim de Rusia”. La visión de Ucrania promovida por espectadores críticos de P. Moreira de un pueblo sufridor con confianza en el futuro europeo. En realidad, se le niega al pueblo ucraniano el derecho de imponer su soberanía y de completar sus objetivos. Renace una caracterización casi enfermiza de los enemigos del régimen de Kiev a los que se les atribuye características diabólicas exclusivas para ellos, la “conspiración rusa-comunista-judía-criminal. Es más, el clamor de que Ucrania hace suyos los ideales liberales como un todo distorsiona la visión de los periodistas ostensiblemente “objetivos”, lo que hace que no perciban que en este “liberalismo” se concentra la rusofobia, lo que hace que no sea de izquierdas. Uno puede engañarse a sí mismo y a su audiencia con argumentos como el imperialismo ruso, las amenazas del régimen de Putin a la soberanía ucraniana que es parte integrante ahora del “civilizado mundo europeo”. Sin embargo, no se puede inspirar fe en la audiencia en base al pacto histórico entre los campeones occidentales de la libertad y la solidaridad europea y el “pueblo ucraniano elegido”.
Podemos llegar a la conclusión de que los críticos de Paul Moreira mostraron un sorprendente ejemplo de pereza intelectual y de irresponsabilidad profesional, cuando se atreven a aseverar que la sociedad ucraniana “ha dado un importante paso en el sendero de la democracia y la prosperidad”. La ironía de esta silenciosa transacción es que los periodistas están listos para reconocer la intolerancia hacia la disidencia política en Ucrania a cambio del derecho de mostrar desacuerdo con la política de ultra-liberalismo en Europa. La formulación de su posición se convierte en una señal clara de una moderna élite intelectual  en estado de máximo confort y narcisismo mientras que la mayoría de los europeos tiene que soportar las consecuencias de las políticas imprudentes y dependientes de los grandes poderes fácticos, ya sea la deuda, la crisis o la inmigración masiva.
Alena Ageeva, coordinadora del equipo de acción social creativa “South East Star”.

Traducido por Jesús Adrián Martínez (@FullChus), militante de UJCE.

Es hora de quitarse las máscaras

En la moderna historia ucraniana hay algunas fechas que serán recordadas por décadas. Los eventos ocurridos el 2 de mayo de 2014 en Odessa estaban marcados con los signos de la tragedia, la villanía y la hipocresía. La tragedia para aquellos que fueron víctimas de las muchedumbres de furiosos nacionalistas, incitados por los políticos de Kiev. Hipocresía de las élites políticas occidentales, que estaban hablando sobre las pesadillas del régimen corrupto de Yanukovych, pero que evaluaban de forma amable las acciones de las nuevas autoridades de Kiev.
Los eventos de Odessa son la continuación lógica del Maidan de Kiev, donde las masas liderados por militantes nacionalistas avezados dispararon a agentes de la ley, pero repitieron de forma ruidosa su amor sacrificado por la paz. La masa en donde las vidas de los individuos se dieron a la carnicería como “mártires” de la revolución nacional. Odessa, a diferencia de Kiev, se convirtió en el centro de resistencia de Nueva Rusia. Los habitantes de Odessa, una ciudad multinacional con tradición de paz y de respeto mutuo, no percibieron como algo bueno la retórica de ucranización forzada de las nuevas autoridades y se dieron cuenta de que bajo las frases grandilocuentes sobre la elección europea de Ucrania, se escondía un golpe de Estado anticonstitucional, que llevó al poder a autoridades conocidas por su aventurismo político que eran apoyadas y mantenidas desde Washington.
En Odessa, en esos días difíciles se sintió una oposición abierta al proyecto americano de “Ucrania”. Los residentes de Odessa no podían aceptar los términos del rol de la nueva base de la Marina estadounidense en la ciudad, como puerto colonial convertido en centro para el desarrollo del nuevo lago interno estadounidense del Mar Negro. La cronología de los eventos de aquellos días en el sanguinario escenario de Odessa sugiere que sus autores tenían un doble objetivo: disipar la resistencia del movimiento Anti-Maidan mostrando así al resto de Ucrania la faz de su nueva “democracia” y, por el otro lado, mostrar la experiencia que ofrece la posibilidad de probar técnicas neofascistas de grupos paramilitares de hooligans futbolísticos y de ultranacionalistas asociados a Partidos conocidos por su nacionalismo y su racismo. La razón formal de estos acontecimientos según las permisivas autoridades ucranianas es la aparición de autodefensas adjuntas al movimiento Anti-Maidan, los “escuadrones de Odessa”. Pero de forma característica el resultado de estos choques, que incluían a personas que se llamaban a sí mismas “defensores de la unidad ucraniana” y “prorusos” era la muerde de personas inocentes de a tercera edad, mujeres o niños que tomaron parte en manifestaciones pacíficas y que tuvieron que defenderse, literalmente, con sus manos desnudas. Los ultras armados no sólo derrotaron a los activistas del campamento del campo de Kulikovo, sino que los peores acontecimientos sucedieron en la Casa de los Sindicados, donde debido a los excesos de los nacionalistas ucranianos 48 personas fueron asesinadas según la versión oficial de las autoridades de Kiev. A pesar de lo anterior, los informes de testigos oculares hablan de un número de víctimas mayor a las cien personas.
Uno puede discutir sobre los detalles del incidente, pero los resultados principales es que los eventos de Odessa se convirtieron en el prólogo de una represión sin cuartel contra todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con el nuevo Gobierno (mayormente asesinatos de militantes comunistas y sindicales asociados al KPU – Partido Comunista de Ucrania, con más de 100 desapariciones reportadas y unas cuantas decenas de muertos según Sputnik.ru – Nota del Traductor). Odessa finalmente ha disipado la ilusión de una “revolución digna”, no violenta y pacífica supuestamente ocurrida en Ucrania. La gran mayoría de los ciudadanos de Donbass y Crimea han experimentado el horror y la indignación cuando fueron testigos de la Masacre de Odessa. Esto minó la fe en cualquier posibilidad de parlamentar de forma diplomática y pacífica con las autoridades ucranianas.
Tras Odessa los nacionalistas cogieron gusto a destruir monumentos históricos (tumbar monumentos en recuerdo de la Gran Guerra Patria, de Lenin y Stalin o de cualquier cosa relativa a la URSS con apoyo de la “descomunización” del Gobierno – Nota del Traductor) y a armar disturbios, dónde no sólo apalizan a opositores, sino a cualquiera que se atreva a manifestarse. Lo sucedido en Odessa muestra la obvia connivencia entre las autoridades de Kiev y sus “tropas de combate” paramilitar, inspiradas en la idea de dar la impunidad a todos los actos cometidos “en nombre de la nación ucraniana” y que instigaron el miedo y la consternación a millones de personas para las cuales queda claro que no importan los pecados del nuevo Gobierno, que encuentran la indulgencia en los países extranjeros de la UE y de EEUU. Como prueba, la investigación de los eventos de Odessa no ha empezado, y los “verdaderos héroes”, en particular, el jefe de la Rada (Parlamento ucraniano – Nota del Traductor), Parubiy no sólo fueron absueltos por su impunidad, sino que incluso hicieron una exitosa carrera política.
Para los patrones de las autoridades ucranianas es claro que no es beneficioso para el público europeo conocer la verdad sobre lo acontecido en Odessa. No hay sólo vivas a la imagen de la nueva Ucrania, sino que se crea el precedente de perseguir a aquellos que se “preocupan” del destinos de los refugiados sirios, que lanzan mentiras sobre el supuesto maltrato a la población de la Crimea “ocupada”, pero que evitan cuidadosamente el hecho de que en la “nueva” Ucrania muere o desaparece gente y de que la mayoría de los llamados “batallones de voluntarios”, esos grupos paramilitares neonazis, se forman con una gran mayoría del personal con antecedentes criminales. Así pues, es obvio que la moderna Ucrania está en una psicosis derivada de una vorágine de corrupción y de militarización de la sociedad.
Los “activistas europeos” de Ucrania plantearon fuerzas de asalto en ciudades europeas bajo la bandera amarilla-azul (colores de la bandera  moderna de Ucrania – Nota del Traductor), preparan acciones teatrales con las gentes “subyugadas por la agresión rusa” y, de forma obscena, persisten en su petición del derecho para ser europeos. Pero aún sigue abierta otra sencilla cuestión: ¿cómo un país que busca la membresía en una civilizada Unión Europea anima al asesinato y persecución contra aquellos que tienen derecho a tener sus propias ideas, aquellos que merecen un mínimo de comprensión y que requieren la investigación de la tragedia de Odessa como reparación?. Nos viene a la mente las palabras del patriota checo Y. Fucik, ejecutado por los hitleristas: “¡Pueblo, estén atentos!”. Ciertamente, la opinión pública europea debería investigar de manera cuidadosa las intenciones de los que hablan de la elección europea ucraniana, pero que en realidad profesan las ideologías del odio y del oscurantismo. Aquellos que están en las plazas de las ciudades europeas y en la audiencia pública intentando hablar de la adhesión dificultosa pero decida de Ucrania a los valores e ideales europeos, y en sus propios países son absolutamente indiferentes del destino del pueblo sufriendo de pobreza e injusticia y de la gente necesitada de mantener sus derechos sociales y políticos.
Alena Ageeva, coordinadora del equipo de acción social creativa “South East Star”.
Traducido por Jesús Adrián Martínez (@FullChus), militante de UJCE.